Ningún dominicano auténtico es capaz de propiciar algún acto
afrentoso contra los símbolos patrios porque equivaldría a desconocer el
origen de su identidad y el santo y seña sagrado de su ciudadanía.
Ni mucho menos sería capaz de montar una pésima coreografía de ritmos
haitianos en la Puerta del Conde, lugar donde se proclamó la
Independencia Nacional en 1844, o cualquier otra manifestación que
lastime el simbolismo de la cuna de la Patria con que la historia lo ha
plasmado.
Tal vez no sea alto ni manifiesto el culto de respeto diario a esos
símbolos, que son la Bandera, el Escudo y el Himno Nacional, pero el
sentimiento de la dominicanidad, que cultivamos desde la niñez en las
escuelas y hogares, permanece anidado en nuestras mentes y corazones,
normando nuestra conducta frente a ellos.
No
se necesita que exista un nacionalismo militante que pruebe, de manera
más ostensible, esa dominicanidad, porque basta que cada uno de los
dominicanos auténticos haya hecho conciencia de que esos símbolos
representan nuestra identidad como nación y que jugar con ellos es una
ofensa inaceptable.
Un show de mal gusto fue el llevar hasta la Puerta del Conde el
sábado a un grupo de hijos de haitianos que alegan tener derecho a la
ciudadanía dominicana y que despotrican desde hace tiempo contra la
sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional que no les reconoce esa
identidad.
Simplemente por haber nacido de padres extranjeros que se encontraban
de manera ilegal en territorio dominicano, carentes de documentos de
identidad, regla que rige hasta para los propios dominicanos.
Como hijos de haitianos, no se les escapa el hecho de que el lugar
escogido es el más solemne de la Patria, el frontispicio del mausoleo o
altar donde reposan los restos de los tres principales fundadores de la
nación, Duarte, Sánchez y Mella.
Montar allí un coro de reclamos acompañado de bailes propios y
distintivos del folklore haitiano, en lugar de hacerlo frente a las
sedes de las instituciones responsables de las normativas
constitucionales y legales que defi nen los principios de nacionalidad,
ciudadania y extranjería y que protegen los símbolos patrios, develó su
carácter insidioso.
Los únicos actos que caben dentro del perímetro donde se encuentran
la Puerta del Conde y el Mausoleo son las ofrendas fl orales y aquellos
dirigidos a reverenciar con solemnidad la gesta independentista y
nacionalista, y esta regla siempre se ha respetado.
Desconocer esas reglas y promover algazaras supuestamente sustentadas
en reclamos de derechos constitucionales o legales no ganados, ha
venido a ser práctica sistemática de organismos internacionales
injerencistas que presionan por la anulación de la sentencia 168-13 y la
Ley de Migración.
Y para ello se valen de muchas formas de acoso y presión, incluidas
las de usar títeres y grupos ruidosos que hacen coro a sus exigencias
inmoderadas e irrespetuosas, sin importar que sea ante el más sagrado
templo de nuestra dominicanidad.
Tomado del editorial de
de la fecha
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