La primera reacción fue la negación, pero
inmediatamente después la expresión cruel se asoció con la muerte
inminente y en cuestión de segundos desfilaron por mi mente los
acontecimientos más trascendentes de toda mi existencia. Miraba al
médico fijamente a los ojos, sin pestañear, hasta que mis sentidos me
sacaron de duda. Entonces le dije:
-Doctor, usted acaba de darme un pronóstico catastrófico a partir
de unas imágenes radiológicas que ni siquiera han sido analizadas por
expertos --él partía de una sonografía que acababan de tomarme--, cuando
yo ni siquiera he sentido ningún síntoma en las zonas de mi cuerpo que
usted afirma están comprometidas; no he sentido dolor ni molestia alguna
en el páncreas, ni en el colon, ni en el estómago.
¿De dónde parte usted para ser tan radical con ese diagnóstico?
¿De dónde parte usted para ser tan radical con ese diagnóstico?
“De mi experiencia, César, de mi experiencia... Por eso te
recomiendo que te vayas cuanto antes a los Estados Unidos para que te
traten allá y te confirmen este diagnósticoÖ Pero estoy seguro que se
trata de un problema mucho más complejo del que te he dicho... Es casi
seguro que tenga origen en el colon...”.
En medio de la turbación, no sé ni imagino siquiera de dónde obtuve
lucidez para decirle a ese médico --que es el doctor Jorge Marte, un
eminente neumólogo de Cedimat--, lo siguiente:
-Doctor, yo tengo una filosofía de vida muy bien definida: no le
temo a la muerte porque es inevitable, y además tengo claro que nadie
elige cuándo va a llegar al mundo y tampoco cuándo se va de él porque
hasta en el suicidio existe un designio superior.. Dicho eso, me
levanté, le extendí la mano y le di las gracias..
... Lo que ocurrió después
Sería aproximadamente la 1:30 de la tarde del viernes 29 de septiembre cuando abordé mi vehículo después de esa amarga experiencia con el doctor Marte --repito que se trata de una eminencia de la Medicina y que su diagnóstico empírico acertó en por lo menos un 70 por ciento--, y en el trayecto de casi una hora entre Cedimat y mi casa, con el tránsito atochado, predominó un absoluto silencio. Me acompañaba mi hijo José Carlos.
Sería aproximadamente la 1:30 de la tarde del viernes 29 de septiembre cuando abordé mi vehículo después de esa amarga experiencia con el doctor Marte --repito que se trata de una eminencia de la Medicina y que su diagnóstico empírico acertó en por lo menos un 70 por ciento--, y en el trayecto de casi una hora entre Cedimat y mi casa, con el tránsito atochado, predominó un absoluto silencio. Me acompañaba mi hijo José Carlos.
Esa misma tarde reuní a mis hijos y les dije con punto y coma la
situación que me afectaba y que había tomado la determinación de no
hacer nada para evitar lo que era inminente. También les expliqué mi
determinación de no dejarme consumir ni degradar físicamente, y mucho
menos iba a enajenar el escaso patrimonio familiar “para curar una
enfermedad incurable”. Luego le pedí a Miguel Vargas que pasara a verme
por mi casa porque debía comunicarle algo muy importante. Ambos lloramos
de la impotencia, pero él no admitió mi rendición y de inmediato
comenzó a hacer contacto --sin que yo lo supiera--, para que viajara a
Nueva York cuanto antesÖ Los arreglos, a petición de Miguel, los hizo el
doctor Rafael Lantigua, su viejo amigo y compañero de partido.
... Al día siguiente: Danilo
El sábado 30 de septiembre, apenas horas después del diagnóstico
catastrófico, me llamó Carlos Pared: “César, el Presidente te quiere ver
con urgencia. Ojalá pueda ser ahora”, me dijo.
Minutos después estábamos reunidos en su oficina del tercer piso
del Palacio... No sé todavía quién le informó con tantos detalles al
Presidente sobre mi situación de salud, pero lo primero que me dijo fue:
“Prepárate para que te vayas hoy mismo a Nueva York... ¡No te voy a
dejar morir aquí... Tú eres muy valioso para este país!
Todavía hacen agua mis ojos al recordarlo.
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