La sociedad ha quedado consternada, pero a la vez
atrapada entre muchas dudas y conjeturas, con relación al paradero de
la menor Emely Peguero, embarazada de cinco meses, de quien su novio ha
dicho que la mató y que tiró sus restos a un basurero de San Francisco
de Macorís.
Un arco de suspenso ha quedado abierto desde el momento en que se divulgaron las primeras versiones sobre la desaparición de la joven de 16 años de edad, partiendo de la suposición de que pudo haber sido inducida a un aborto que fi nalmente habría resultado doblemente fatal y que, tras el inesperado desenlace, se dio paso a una conspiración de la mentira para borrar evidencias y encubrir culpabilidades.
Si se trató de un aborto no terapéutico sino caprichoso, crimen es. Si la desafortunada joven falleció en circunstancias violentas, crimen es, por igual.
Entre los silencios y las versiones contradictorias del joven novio que confi esa haberla matado y de su madre, que ha dicho que trata de protegerlo en medio de esta disyuntiva, la opinión pública se pregunta quién, exactamente, mató a Emely Peguero y por qué.
¿Fue el novio? ¿Fue la madre? o ¿Fue un tercero, hasta ahora oculto detrás del telón del misterio? La incredulidad ante tales versiones o testimonios de las personas involucradas directamente en este misterioso caso obliga a que las autoridades investigativas de la justicia y de la Policía Nacional despejen las nebulosas que esconden la verdad, toda la verdad, de este suceso que ha conmovido la sensibilidad de la sociedad dominicana.
Las pruebas materiales en el que pudo ser el escenario de un crimen, más la verosimilitud de las confesiones de las personas directamente involucradas y los resultados de una autopsia, serían los elementos que permitirán establecer fi nalmente si se trató de un aborto ilegal que devino en la muerte de la madre y de su criatura, o de un asesinato causado por otras vías, como una paliza, un disparo, una herida de arma blanca, un ahorcamiento, un envenenamiento o la ingestión de una sustancia letal.
La sociedad espera, ansiosa, que este inquietante suspenso sea cabal y rápidamente esclarecido.
Tomado del editorial de
de la fecha
Un arco de suspenso ha quedado abierto desde el momento en que se divulgaron las primeras versiones sobre la desaparición de la joven de 16 años de edad, partiendo de la suposición de que pudo haber sido inducida a un aborto que fi nalmente habría resultado doblemente fatal y que, tras el inesperado desenlace, se dio paso a una conspiración de la mentira para borrar evidencias y encubrir culpabilidades.
Si se trató de un aborto no terapéutico sino caprichoso, crimen es. Si la desafortunada joven falleció en circunstancias violentas, crimen es, por igual.
Entre los silencios y las versiones contradictorias del joven novio que confi esa haberla matado y de su madre, que ha dicho que trata de protegerlo en medio de esta disyuntiva, la opinión pública se pregunta quién, exactamente, mató a Emely Peguero y por qué.
¿Fue el novio? ¿Fue la madre? o ¿Fue un tercero, hasta ahora oculto detrás del telón del misterio? La incredulidad ante tales versiones o testimonios de las personas involucradas directamente en este misterioso caso obliga a que las autoridades investigativas de la justicia y de la Policía Nacional despejen las nebulosas que esconden la verdad, toda la verdad, de este suceso que ha conmovido la sensibilidad de la sociedad dominicana.
Las pruebas materiales en el que pudo ser el escenario de un crimen, más la verosimilitud de las confesiones de las personas directamente involucradas y los resultados de una autopsia, serían los elementos que permitirán establecer fi nalmente si se trató de un aborto ilegal que devino en la muerte de la madre y de su criatura, o de un asesinato causado por otras vías, como una paliza, un disparo, una herida de arma blanca, un ahorcamiento, un envenenamiento o la ingestión de una sustancia letal.
La sociedad espera, ansiosa, que este inquietante suspenso sea cabal y rápidamente esclarecido.
Tomado del editorial de
de la fecha
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