Hasta la alicaída Marcha Verde que sacó rápida distancia y obtusos ‘líderes’ de la política actual advirtieron el erróneo camino que transitan esos desfasados y frustrados.
Tenemos muchos problemas por solucionar. Una gran factura acumulada que reclama intereses y moras por la falta de recursos, generalmente, del Gobierno para poder honrarla. La planteada disolución del Estado no es el camino. Sería el caos.
Este año, el 2017, se presagiaba ‘catastrófico’ en lo económico, lo que generaba expectativas de crisis, toda vez que si se resentía el bolsillo, se vería presionada la estabilidad social y abría amenazas de dificultades en lo político.
Con el cinturón apretado, el país ha transitado ocho de los doce meses de un año, con relativa normalidad, sin mayores dolores de cabeza que los ocasionados en la primera mitad por el escándalo de corrupción Odebrecht, que generó un movimiento inicialmente espontáneo sin precedentes, que movilizó una clase media tradicionalmente pasiva.
Tres encuestas puestas a circular en los últimos días hablan del fortalecimiento de la democracia, del sistema de partidos, de la lucha del Gobierno frente a los problemas tradicionales de la población -educación, salud, seguridad, alimentación, empleos, transparencia-, lo que se refleja en los altos niveles de aceptación que cobra el presidente Danilo Medina, sobre un 60% en todas las consultas reveladas.
De ahí lo descabellado del Manifiesto III, que demanda la disolución del Estado, y que en vez de perturbar al Gobierno, al partido oficial y hasta a la sociedad, lo que hace es consolidar la decisión de seguir luchando por la estabilidad, el progreso, el futuro de la nación.
De ahí que ese Manifiesto y sus promotores no fue más que otra reedición de aquello que en la campaña electoral pasada bautizara como ‘debut y despedida’.
Por Ruddy L. González ;-
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