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viernes, marzo 24, 2017

Fatalismo de la PN

LO EXCEPCIONAL.-  Cada vez que roban o matan desde un motor en marcha, se impone preguntar cuál es el rango de este vehículo que lo hace superior e imposible de confrontar. La arbitrariedad es ley, y el ciudadano la padece, solo que no aquellos que se desplacen en una  motocicleta. Las estadísticas están ahí, y los estudios también, pero ay del que se atreva a violar el derecho de andar en dos ruedas. Las cámaras están en las calles, y hacen su trabajo de llevar registro de incidencias e incidentes, pero  a medias, pues no se actúa con la debida presteza y efectividad.
Los reportes de delincuencia y criminalidad en las redes se ilustran con escenas filmadas por esos equipos. Solo para ver, para alarmarse, pero nunca para proceder. Incluso ni siquiera se explica la excepcionalidad del hecho, la extrañeza del descuido. La muerte del Evaristo Morales -- que hoy se lamenta -- no fue producida por motoristas, pero sí provocada. El victimario disparó a un objetivo en movimiento que corría a toda velocidad, y en vía contraria, después de despojar de un bolso a una persona. Sin asalto, tampoco disparo, y la víctima, esposa y madre,  se contara entre los vivos...
PODER REAL.- Hace años, pero no tantos para olvidarse, una pasada gestión de Amet quiso tomar el toro por los cuernos e imponer orden en el caos de los motoristas. Y para qué fue eso. Era tiempo de elecciones y el candidato de oposición protestó, salió en defensa de la condición más sagrada en la sociedad dominicana, la de “padre de familia”,  y la medida hubo que dejarla sin efecto. Lo mejor fue que el sector votó a favor de la boleta oficialista. Los que andan en motores tienen desde entonces categoría política, y nadie con aspiraciones se atreve a afectarlos. En esta misma administración, en el mandato anterior,  hubo un intento, y como todo intento, se quedó en intento. La autoridad policial quiso, e incluso atendiendo a reclamos de la población, pero desde el Palacio Nacional se dijo que no. Donde manda capitán no manda soldado, y el guardia tuvo que guardarse el tolete. La situación -- por tanto -- es imposible, pues cuando no es la oposición, es el gobierno. Los asaltos motorizados continuarán, como una enfermedad sin remedio, y habrá (entretanto) que abrir nuevas funerarias y ampliar el espacio en los cementerios...
CUERPO ÉLITE.-  Conviene en ocasiones hacer de “civilón”: ¿Cuál es el papel, la función, el propósito de los Lince, un cuerpo élite y motorizado de la Policía Nacional? La población los ve participar en los desfiles militares y queda encantada con sus destrezas. Aunque  se pregunta, y la inquietud es válida, si solo sirven para exhibiciones y en fechas muy especiales. Aparentemente sí, pues no se les ve en las calles, y se piensa que serían una maravilla enfrentando la delincuencia motorizada. La máquina que montan supera a cualquiera de sus rivales, y su entrenamiento es único y propio de tareas complejas. Es decir, que la Policía Nacional tiene un personal ocioso que inexplicablemente no utiliza, aun cuando se  queja de no disponer de agentes suficientes y se le denuncia por no llenar las expectativas en la lucha contra el crimen. Esa sería una falla a corregir, y debe hacerse pronto, puesto que si no se puede meter en cintura a los motoristas, por lo menos competir con ellos en velocidad y destreza y potencia de fuego...
LA MEJORÍA.- La Policía Nacional no puede perderse en el uniforme, y debe saber que las demandas de la población ahora serán mayores, y que le corresponde mejorar su trabajo. La delincuencia crece, es verdad, pero tiene medios más adecuados para enfrentarla. Decían que se necesitaba una nueva ley, y ley se tiene. Decían que había que aumentar sus sueldos, y ahora ganan más que antes. O que las condiciones debían ser más apropiadas, y si no son excelentes, por lo menos buenas. Incluso, y no puede negarse, se nota un cambio, el cuerpo luce más efectivo y los resultados más satisfactorios. Nada ideal, y será difícil alcanzar esa meta. Se afana, pero una especie de fatalismo se le cruza en el camino, y a diario. Cada vez que cree que su imagen se agiganta, ella misma descubre a uno de sus miembros faltando a la ley y al reglamento. Del mismo modo que cuando las estadísticas van a la baja, se produce uno de esos crímenes que mantienen la percepción alta. Nada más hay que considerar que en República Dominicana ya se da el fenómeno del asesino en serie, propio de sociedades más desarrolladas, o de las películas...
Por Orlando Gil ;-
orlandogil@claro.net.do

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