Todo el mundo se queja de la inseguridad
ciudadana: que la delincuencia es cada día más rapaz, que la gente teme
salir a las calles, que los padres no duermen cuando los hijos no están
en casa, que al hermano, que al amigo, que al vecino, que al conocido…
Cada historia más pavorosa que la anterior.
Los órganos sociales y profesionales, los empresarios, los partidos políticos, los líderes religiosos, los clubes de servicio, los estudiantes, los padres, los hijos y hasta el Espíritu Santo se quejan de un fenómeno que se nos vino encima casi sin darnos cuenta.
Mientras el crimen crece y gana espacio, nos vamos refugiando en nuestro entorno pidiendo a la autoridad que actúe para proteger vidas y propiedades. Con cada caso, la exigencia es mayor hasta llegar al punto que una Carta Pastoral de la Iglesia sugirió una Policía resuelta a batirse con el crimen “con sus propias armas y en su propio terreno”.
El cardenal López Rodríguez lo dijo muchas veces con esas mismas palabras.
A nadie le queda duda de que la tolerancia oficial prohíja un crimen incubado en la miseria barrial, en la inequidad, en la falta de educación, en la desigualdad social, en la enorme brecha entre ricos y pobres, en la falta de educación, de canchas barriales, de escuelas, de hospitales…
… Pero la conclusión es siempre la misma: “La Policía no combate el crimen porque los policías son los peores criminales. Y la gente no denuncia el robo en el cuartel porque quien le recibe la querella es el policía que le asaltó momentos antes”.
… La cabeza del jefe
¿Cuántas cabezas de jefes de Policía se ha llevado la delincuencia? Son incontables, lo mismo que las “depuraciones” en sus propias filas, los programas barriales para “reeducar” delincuentes, las campañas de “orientación ciudadana”… Y eso viene de varias décadas atrás.
Los órganos sociales y profesionales, los empresarios, los partidos políticos, los líderes religiosos, los clubes de servicio, los estudiantes, los padres, los hijos y hasta el Espíritu Santo se quejan de un fenómeno que se nos vino encima casi sin darnos cuenta.
Mientras el crimen crece y gana espacio, nos vamos refugiando en nuestro entorno pidiendo a la autoridad que actúe para proteger vidas y propiedades. Con cada caso, la exigencia es mayor hasta llegar al punto que una Carta Pastoral de la Iglesia sugirió una Policía resuelta a batirse con el crimen “con sus propias armas y en su propio terreno”.
El cardenal López Rodríguez lo dijo muchas veces con esas mismas palabras.
A nadie le queda duda de que la tolerancia oficial prohíja un crimen incubado en la miseria barrial, en la inequidad, en la falta de educación, en la desigualdad social, en la enorme brecha entre ricos y pobres, en la falta de educación, de canchas barriales, de escuelas, de hospitales…
… Pero la conclusión es siempre la misma: “La Policía no combate el crimen porque los policías son los peores criminales. Y la gente no denuncia el robo en el cuartel porque quien le recibe la querella es el policía que le asaltó momentos antes”.
… La cabeza del jefe
¿Cuántas cabezas de jefes de Policía se ha llevado la delincuencia? Son incontables, lo mismo que las “depuraciones” en sus propias filas, los programas barriales para “reeducar” delincuentes, las campañas de “orientación ciudadana”… Y eso viene de varias décadas atrás.
Porque
se trata de un tema profundamente analizado por sociólogos y estudiosos
del comportamiento humano, es una actitud que no han podido modificar
ni siquiera las sociedades más desarrolladas del mundo sino a través de
programas sociales de largo aliento conjugados con una fuerte represión
de la autoridad.
Mientras se educa y se abren alternativas de inserción social a los
grupos más vulnerables, se reprime con dureza el crimen para evitar
reincidencia mientras la ley se ocupa de aplicar un régimen de
consecuencias justo y equitativo. Para eso existen los códigos y así
funciona el sistema en todas partes del mundo civilizado.
La otra alternativa es que entre en vigor la ley de la selva y que la
sociedad se haga justicia con sus propias manos, como ha ocurrido
muchas veces con delincuentes que han sido linchados por grupos de
ciudadanos cansados del asedio criminal.
Asaltos de Percival…
El país quedó espantado con los asaltos sucesivos de John Percival Matos
y su banda en tres plazas comerciales donde dejaron un muerto y seis
heridos, uno de los cuales se debate todavía entre la vida y la muerte.
Los medios de comunicación y los usuarios de redes sociales exigían a
la autoridad atrapar a los autores de esos hechos, y hubo hasta quienes
tipificaron al director de la Policía como un blandengue a quien había
que sustituir por incompetente.
Policías y militares actuaron después del asalto a la oficina
bancaria de Plaza Lama y en cuestión de horas ubicaron al autor
principal. A través de su padre y por todas las vías posibles, se le
pidió entregarse para evitar derramamiento de sangre… Pero él prefirió
la violencia y pagó con su vida.
¿Quién es el malo de la película? ¿La ley?
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