Tanta hipocresía tiende a confundir, y sumada a la intolerancia de
los farsantes de siempre, resulta fácil llegar al convencimiento de que
tal vez ni siquiera valga la pena exponerse al escarnio público tratando
de decir las cosas como se perciben aún admitiendo la posibilidad
--como siempre hago--, de equivocarme aceptando que no estoy en posesión
de la verdad absoluta. Por eso cada día es mayor la tentación de
abandonar definitivamente un oficio que ejerzo por vocación y doblegado
por este vicio que se sobrepone a mi propia voluntad: decir lo que se me
antoja y como se me ocurra…
Por eso me he negado siempre a recibir
emolumentos por mis colaboraciones, simplemente porque entiendo que el
sacrificio y la disciplina que impone una columna diaria, sólo puede
remunerarse con satisfacciones y reconocimientos. Si eso no existiese,
entonces sería necesaria una reflexión porque seguir no tendría sentido.
Es difícil entenderlo en un país que conjuga con tanta alegría la
intolerancia con la hipocresía… Porque habitualmente los más
intolerantes resultan ser siempre los más hipócritas. Abundan los casos
en la coyuntura actual de algunos pontífices de la comunicación
--hombres y mujeres--, que se erigen falsamente en rectores de la
moralidad pública.
Lo peor es que muchas veces esos falsos apóstoles del periodismo
reciben mayor reconocimiento de funcionarios del Gobierno y del propio
presidente Medina --lo mismo que ocurrió en el gobierno de Leonel
Fernández--, que aquellos que no se pliegan al chantaje de una oposición
ejercida en función de esa “ética profesional”.
El “sumo pontífice”
Se dan particularidades tan especiales, que algunas esposas de esos
pontífices de ese periodismo fanatizado --miembro de uno de los consejos
de administración más prestigiosos del Gobierno--, aprueban
resoluciones elevando sus beneficios a más de 500 mil pesos mensuales,
seguros médicos y de vida nacional e internacional para toda la familia,
y pensión con esos beneficios incluidos después de 10 años “de
servicio”.
Para esos opositores consuetudinarios, la corrupción se limita a las
coimas que puedan recibir funcionarios públicos --que ciertamente es
corrupción burda--, pero esta otra también lo es, porque la
prevaricación se tipifica como corrupción administrativa cuando se toman
decisiones para beneficiarse de ellas.
Bajo ese mismo criterio ético, se considera que un periodista pierde
credibilidad si acepta ejercer una función pública, y como soy
viceministro de Relaciones Exteriores, es bueno aclarar que en todas
partes del mundo existe la carrera diplomática, y que como llevo casi 13
años en el servicio exterior y he sido en tres ocasiones jefe de
misión, pertenezco a la carrera diplomática.
Pero también se inobserva viciosamente que al regresar al país como
viceministro, reduje mis ingresos en más de un 600 por ciento, y jamás
he reclamado uno solo de los privilegios inherentes a ese viceministerio
y ni siquiera uso el vehículo que se me asignó.
… Y la hipocresía
Hay corrupción y es necesario luchar contra ella. No aceptarlo sería
suprema expresión de cretinismo… El caso de Odebrecht ha llamado la
atención sobre un problema de gran calado que --como dicen los
estudiosos del comportamiento humano--, ha penetrado “todo el tejido
social” del país.
Pero no sólo en la República Dominicana. En todas partes del mundo
ese es uno de los problemas que concentra mayor atención de los
organismos internacionales, de la sociedad civil, de los gobiernos, de
los partidos políticos… Parece el peor mal de estos tiempos, sobre todo
porque la corrupción, “en esta democracia fingida, parece que sólo es
mala para los que no se benefician de ella”, como repitió Agripino.
¡… Pero, sobre todo, para farsantes e hipócritas!
Por César Medina ;-
lobarnechea1@hotmail.com
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