La sociedad es una construcción que se levanta a partir de la forma
en que se producen las riquezas, las que llevan a la formación de un
tipo de familia, que a su vez conduce hacia un conglomerado que genera
reglas de convivencias, de acuerdo a los valores de la estructura
productiva que diseña mediante el juego evolutivo de la selección
natural, en el que también puede intervenir el Estado como garante de la
cohesión social que da sentido de pertenencia.
Cuando este hilo se extiende sin interrupción, la sociedad avanza
siempre en sentido favorable hacia la colectividad, porque en ese
esquema, las oportunidades son un rasgo distintivo que funciona como
principal incentivo para el esfuerzo individual y el estímulo a las
clases o sectores de clases que en ello encuentran la integración
necesaria para alcanzar la prosperidad.
Los estadounidenses construyeron una sociedad de oportunidades, con
la debilidad de un enfoque en la individualidad, que sin embargo no fue
obstáculo para que el colectivo avanzara de a poco hacia la edificación
del llamado “sueño americano”, amenazado en momentos que los sectores
dominantes han roto el equilibrio para dejar fuera de la repartición de
las riquezas a las grandes mayorías que han visto sus oportunidades de
crecimiento obstruidas, debido a cambios en las reglas de juego, que
desregulan, en complicidad con el Estado, para beneficio de ellos.
Esta realidad la viene padeciendo el pueblo de los Estados Unidos
desde la deslocalización de las empresas con el fin de maximizar las
ganancias, que trajo como consecuencia la pérdida del empleo o su
precarización; la sufre desde el cambio de la fiscalidad para darle un
carácter regresivo, desde la falta de fiscalización del sector
financiero y la consecuente toxicidad de desembolsos para actividades
improductivas que devinieron en una profundización de la desigualdad
iniciada desde la implementación de las políticas neoliberales
impulsadas por Ronald Reagan que comenzaron a diseccionar a una
población que, ya fragmentada, fue obligada a enfrentar la crisis
financiera que estalló en 2008, sacando de los bolsillos de los pobres y
la clase media, el dinero para devolver las ganancias a los banqueros
ricos.
Los ciudadanos hace tiempo que comenzaron a sentir que estaban
perdiendo los beneficios de una sociedad desarrollada que creó el mayor
estado de bienestar del planeta y, desde que fue tomando conciencia de
ello, perdió la confianza en su clase gobernante, a la que le atribuía y
atribuye, la responsabilidad de sus precariedades, de ahí que dio la
oportunidad a Barack Obama, un outsider que para muchos podía desafiar a
los actores del sistema.
Pero durante la misma campaña presidencial el candidato mulato fue
cooptado por el establishment, y su compromiso con estos individuos fue
tan estrecho que su gabinete lo estructuró el City Bank. Esto explicaría
el rescate billonario para el sector financiero, que les llevó a alabar
la fortaleza del Estado que quieren achicar para que no vaya en auxilio
de las grandes mayorías.
Obama, pasó a ser parte de los líderes defraudadores a pesar de su
reelección, pero al presentarse la oportunidad de sustituirlo, apareció
Bernie Sanders, quien en poco tiempo fue ahogado por la nomenclatura
demócrata que forma parte del establishment que también reúne a
republicanos; entonces la desesperación popular se fijó en Donald Trump,
el hombre antisistema que llegó a desafiarlo poniéndose en sintonía con
el sentimiento de las mayorías que veía a Hillary como parte de sus
problemas.
Hillary, imputada como corresponsable de la precarización del empleo y
todo lo relativo a lo que algunos definen como la decadencia de los
Estados Unidos, se concentró en un discurso a favor de los inmigrantes y
de los que promueven la sexo diversidad; de las minorías, mientras
Trump, prometió terminar con las precariedades, las que sufren los
blancos, los hispanos y todos los inmigrantes, e incluso los de los
grupos LGTBI, por lo que, su mensaje fue más abarcador y creíble, sobre
todo por venir de un individuo sin vínculos con el pasado político.
Queda claro que Sanders fue un producto surgido de la crisis
estructural que ha venido generando la clase dominante, y Trump por
igual, solo que este último, pudo sortear la generación de percepciones
que el establishment, a través de los medios de comunicación, trató de
crear para influir en la devastadora realidad que pedía un outsider
capaz de revolucionar el injusto sistema de distribución de las riquezas
que profundiza cada día la desigualdad.
Por Manolo Pichardo ;-
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