El pasado viernes 25 de noviembre se conmemoró el Día Internacional
de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, instituido por
resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en honor a las
heroínas dominicanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal.
Decidí cambiar los temas políticos y de la vida pública que suelo
abordar en mis artículos para compartir con mis amables lectores
reflexiones acerca del drama social que significa en la sociedad de hoy
la violencia contra la mujer, en su sentido más amplio.
Estoy convencido de que el respeto por la mujer nace en la familia y
en la educación que recibimos; en la enseñanza de los valores
cristianos.
Si no se entiende y parte de esta premisa fundamental, será muy
difícil abordar con éxito el combate o disminución de la violencia
contra la mujer dominicana.
En los últimos años se han endurecido los rigores de la legislación
penal para defender a la mujer de los abusos y maltratos de los hombres,
que en la mayoría de los casos son sus esposos, concubinos, parejas o
exparejas. No sólo se han endurecido las legislaciones para proteger a
la mujer, sino que las políticas del Ministerio Público han ido en el
mismo sentido: sancionar y castigar con drasticidad al hombre que
maltrata o mata a una mujer.
¿Cuál ha sido el resultado en la práctica; en la vida real? ¿Qué
dicen las estadísticas? ¿Han aumentado o disminuido los feminicidios?
¿Han disminuido los abusos y los malos tratos contra la mujer? La
realidad es triste, pero es objetiva. Cuando la esposa, la pareja o
expareja, denuncia o envía a la cárcel a su agresor, lejos de resolver
el problema de su protección, en un alto porcentaje, termina
agravándola. En el mismo orden lógico, nos preguntamos: ¿son nuestras
cárceles centros de regeneración espiritual para el hombre que ha
golpeado o maltratado a su pareja? ¿Recibe ese preso en la cárcel de
nuestro país los consejos profesionales, psicológicos o espirituales que
le permitan retomar su vida, una vez salga de prisión? Lo que ocurre en
la vida cotidiana con un hombre que ha sido enviado unos meses o unos
años a prisión por denuncia de maltrato o agresión contra su pareja o ex
pareja, es terrible, puesto que su odio y rencor se multiplican, y en
un alto porcentaje se aferran a la idea fija de la venganza por lo
vivido. Como se podrá observar, el problema no es tan sencillo, pues
esto explica, a mi juicio, el aumento de los feminicidios.
Igualmente, ¿qué ocurre con los hijos que ven a su padre encarcelado
por haber agredido a su madre? La familia se divide irremisiblemente,
queda partida y llena de odio, que más temprano que tarde vuelve a
traducirse en hechos violentos contra la mujer.
Nuestro sistema judicial aplica la orden de alejamiento a los hombres
violentos frente a sus víctimas, mujeres indefensas. ¿Qué ha ocurrido
en la práctica? ¿Han tenido el ministerio público y las autoridades los
dispositivos logísticos para hacer cumplir estas órdenes de alejamiento y
proteger efectivamente a la mujer que vive bajo amenaza? La realidad
está ahí. La autoridad no tiene los medios para proteger de manera
permanente a miles de mujeres amenazadas que han puesto querellas contra
sus agresores.
Eso explica que muchas de ellas son vilmente asesinadas o
salvajemente golpeadas, antes de que la autoridad pueda hacer nada en su
favor.
Mis reflexiones jamás pueden conducir a que se varíe el rigor de las
sanciones contra el agresor de una mujer, pero sí para entender mejor el
complejo problema e identificar dónde hay que trabajar más para lograr
un cambio de mentalidad y de cultura en el hombre dominicano. Es la
familia, la educación y los valores cristianos, que precisamente han
estado en grave riesgo de desintegración por una atroz ofensiva
internacional, en donde hay que trabajar más. El Estado, no sólo debe de
tener una legislación y una política dura para castigar al agresor de
la mujer, sino una política inteligente, que dé el apoyo psicológico a
las parejas con problemas; que trate de conciliar y sobre todo, frente a
aquellos hombres que son detenidos o guardan prisión por agredir a su
mujer.
Tenemos que hacer un esfuerzo como sociedad para reformar la
conciencia del hombre, en cuanto al respeto que debe tener frente a la
mujer y a controlar los impulsos agresivos, y a veces suicidas, que
suelen acompañar experiencias de celos e infidelidades que, en la
mayoría de los casos, está en la base de estas terribles agresiones
contra la mujer.
Espero que estas humildes reflexiones puedan servir para comprender
mejor el fenómeno social trágico que significa hoy el abuso y la
violencia contra la mujer y a establecer cambios en la política pública
del Estado para abordar este grave problema, puesto que el actual,
conforme a las estadísticas, no está disminuyendo los casos de
feminicidios y violencia contra la mujer.
Por Vinicio A. Castillo Semán ;-
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