Nueva vez Haití queda sumido en otra catástrofe que ha cobrado
centenares de vidas y que hunde más al país en el estado de miseria
extrema en que lo ancló el terremoto del 2010.
Más de 800 muertes, y todavía faltan más que contar, han marcado el
devastador paso del ciclón Matthew por su territorio, y ante semejante
desastre la comunidad internacional está compelida a ir en auxilio, ya
que los haitianos, por sí mismos, no disponen de tantos recursos para
recuperarse en el corto tiempo del desajuste.
La magnitud de los daños causados por el huracán, tal vez los mayores
dejados a su lento paso por el Caribe y otras latitudes, no solo se
mide en las pérdidas de tantas vidas, la destrucción de los cultivos,
viviendas o infraestructuras de servicios, sino en el estado de
insalubridad en el que ya se encuentran muchas comunidades de su parte
Sur.
Las naciones que siempre dicen estar al lado de la causa de Haití por
superar sus miserias no pueden fallar en el ineludible compromiso que
tienen de suministrar, con urgencia, alimentos, medicinas, madera o
cemento para las casas de las miles de familias que quedaron desplazadas
y damnificadas.
Urge emprender acciones para evitar que las consabidas epidemias que
se incuban en ambientes de aguas desbordadas y hacinamientos humanos
agraven la mortandad que ya ha causado Matthew. De hecho, la
Organización Mundial de la Salud teme que el cólera, que ha causado
muchos estragos desde el terremoto, se recrudezca en las próximas
semanas.
El estado de precariedad que se vive hoy en Haití empuja
inevitablemente a los desamparados o desplazados hacia la República
Dominicana, una tierra que ven como más promisoria que la suya. Esto
incrementará la presión humana por el ingreso, por lo general ilegal, y
la presión internacional para que nuestro país se haga cargo, por
razones humanitarias, de los que escapan a la crisis agravada.
Probablemente la comunidad internacional sea más activa en presionar
en esa dirección que en vaciar sus bolsillos para resolver, in situ, el
problema de los damnificados en el propio Haití.
Hay razones para sospecharlo. Hasta ahora ha sido mucha la hipocresía
oculta en esa supuesta “amistad y solidaridad” con Haití, que no se
manifiesta convincentemente en copiosas ayudas y auxilios, como los que
necesita hoy.
Ni siquiera los “amigos de Haití” en nuestro país han movido una
motoneta con arroz u otros alimentos, ni con ropas ni con medicinas,
para ayudar a sus hermanos en estos momentos de calamidad.
Tomado del editorial de
de la fecha
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