Las pruebas del ADN han reconfirmado que pertenecen a la niña Carla
Massiel Cabrera las osamentas halladas hace un mes en el sector La
Cuaba, de Pedro Brand, luego de un año y dos meses de su misteriosa
desaparición, atribuida prima-facie a un rapto.
Hace justamente un mes que esas osamentas fueron descubiertas, luego
que uno de los inculpados en la desaparición, Dawin Trinidad, condujera
personalmente a la procuradora fiscal de la provincia de Santo Domingo,
Olga Diná Llaverías al sitio exacto donde se encontraban sepultadas.
Este dato prueba, fehacientemente, que el inculpado sabía de esa
sepultura, aunque falta por establecer quien es verdaderamente el autor
del crimen y cómo fue ejecutado.
Aunque guarda prisión desde el año pasado, pero por otro delito que
se le imputa (el de haber violado a dos niñas), su activa participación
como cooperante de las autoridades en las investigaciones lo delatan
como comprometido en el crimen.
Por lo tanto, todo cuanto diga acerca de ese suceso no puede ser
pasado por alto a la hora en que el ministerio público tenga que reunir
las evidencias para sustentar las acusaciones de lugar.
Acaso esa sea la razón por la cual la Procuraduría General de la
República y el Instituto Nacional de Ciencias Forenses, al emitir ayer
un comunicado oficial para revelar los resultados de las pruebas de ADN
reconfortando que son de Carla Massiel los restos hallados en el lugar
que indicó Dawin Trinidad, dijeran que faltan “algunos aspectos de la
investigación” para completar “el protocolo que conlleva el proceso
técnico forense”.
¿Cuáles son esos “aspectos”? Obviamente los que permitirían
establecer cómo y para qué fue ejecutada esa pobre niña y quién o
quiénes planificaron su rapto y crimen, detalles fundamentales que la
sociedad espera sean claramente dilucidados por la Justicia.
Jamás deberían quedar bajo el secreto de las piedras, aunque ya haya sido establecida y confirmada la veracidad de su asesinato.
Tomado del editorial del
de la fecha
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