LONDRES. El tema de la
prostitución sigue vigente en cualquier país. No se acepta que el más
antiguo negocio se ejerza por una debilidad humana y sea vía de
ingreso para las mujeres. Aquí, en la zona del Soho, famosa por
cabarets, restaurantes y otras actividades comerciales también se oferta
el amor mercenario a contrapelo de las autoridades.
Actualmente en el Senado dominicano yace un proyecto de Código Penal con censura hipócrita a la prostitución. Aunque como en Italia, las representantes de prostitutas ya se postulan al Congreso en República Dominicana y tienen organizaciones que le dan cara social. El negocio de la carne femenina se entiende como algo real. Solamente.
La realidad es que las mujeres nacen con su propia alcancía a la que recurren en diferentes variables: necesidad, oficio o conveniencia. La prostitución es ceder algo de entretenimiento sexual a cambio de dinero. Es un comercio que se ejerce en un entramado empresarial o artesanal, público o encubierto que subsana carencias.
El hombre financia y mantiene la prostitución. La mujer únicamente extiende su alcancía natural para saciar el mandato biológico. Es un trueque físico. Un roce efímero que se disuelve tras los vapores de las vergüenzas. Este apremio de las convivencias conlleva la connivencia de la autoridad. Es el teatro del disimulo. Se le traza un espacio virtual para el desfogue mantenga cubiertas las apariencias.
La prostitución hizo campo en la Era de Trujillo como en la Época Victoriana. También antes y después. La doble moral sexual las viste de cortesanas o chapeadoras. Ejercen en la bolita del mundo o como acompañantes. Se seguirá apreciando que la trabajadora sexual sea rompiente, que allende de atractiva sea discreta. Pero no importa lo que cobre o como luzca, prostituta será.
En el Reino Unido se atribuye la existencia de la prostitución a lo difícil que es la obtención de un trabajo. Atractivas jóvenes, aquí como allá, sudan camas para pagarse la universidad o simplemente para sobrevivir. La existencia del comercio de la carne no se acepta. Avergüenza. Quizá porque sea negocio deleznable el intercambio de humores.
Las prostitutas complacen aberrantes reclamos y conviven con la prostitución masculina y la homosexualidad. El coto es extenso y variado. Un entretejido sórdido que ningún Código reconoce como negocio; que tampoco protege a las emprendedoras. La ley penaliza el uso de esas alcancías que los congresistas no ejercen.
Por Alfredo Freites ;-
Actualmente en el Senado dominicano yace un proyecto de Código Penal con censura hipócrita a la prostitución. Aunque como en Italia, las representantes de prostitutas ya se postulan al Congreso en República Dominicana y tienen organizaciones que le dan cara social. El negocio de la carne femenina se entiende como algo real. Solamente.
La realidad es que las mujeres nacen con su propia alcancía a la que recurren en diferentes variables: necesidad, oficio o conveniencia. La prostitución es ceder algo de entretenimiento sexual a cambio de dinero. Es un comercio que se ejerce en un entramado empresarial o artesanal, público o encubierto que subsana carencias.
El hombre financia y mantiene la prostitución. La mujer únicamente extiende su alcancía natural para saciar el mandato biológico. Es un trueque físico. Un roce efímero que se disuelve tras los vapores de las vergüenzas. Este apremio de las convivencias conlleva la connivencia de la autoridad. Es el teatro del disimulo. Se le traza un espacio virtual para el desfogue mantenga cubiertas las apariencias.
La prostitución hizo campo en la Era de Trujillo como en la Época Victoriana. También antes y después. La doble moral sexual las viste de cortesanas o chapeadoras. Ejercen en la bolita del mundo o como acompañantes. Se seguirá apreciando que la trabajadora sexual sea rompiente, que allende de atractiva sea discreta. Pero no importa lo que cobre o como luzca, prostituta será.
En el Reino Unido se atribuye la existencia de la prostitución a lo difícil que es la obtención de un trabajo. Atractivas jóvenes, aquí como allá, sudan camas para pagarse la universidad o simplemente para sobrevivir. La existencia del comercio de la carne no se acepta. Avergüenza. Quizá porque sea negocio deleznable el intercambio de humores.
Las prostitutas complacen aberrantes reclamos y conviven con la prostitución masculina y la homosexualidad. El coto es extenso y variado. Un entretejido sórdido que ningún Código reconoce como negocio; que tampoco protege a las emprendedoras. La ley penaliza el uso de esas alcancías que los congresistas no ejercen.

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