Si el liderazgo del PLD pudo manejar y definir el espinoso tema de la
candidatura presidencial en el recién pasado proceso electoral sin que
la organización política se dividiera, con mayor razón se espera que
mueva las fichas sin la ocurrencia de trauma alguno, en ocasión de la
selección de los nuevos titulares del Senado y de la Cámara de
Diputados, el próximo 16 de agosto. Aquí cabría, sin dudas, aquello de
que “quien puede lo más, puede lo menos”.
Aunque se saben las presiones y
los movimientos que hacen las fuerzas internas por agrandar su tamaño o
no dejarse quitar el espacio ganado - natural en democracia-, la clave
del éxito del partido morado ha sido su alta vocación de poder, y la
capacidad de no dejarse arrastrar a la división, por más altas que sean
las diferencias o grandes los intereses de por medio. En la coyuntura
actual, en la que diversos legisladores del partido oficial han mostrado
aspiraciones legítimas a dirigir ambas cámaras del primer poder del
Estado, hay hasta amigos muy circunstanciales del liderazgo principal
del partido de gobierno atizando para que las relaciones por dichos
litorales no sean las más cordiales, incluso dando por un hecho una
especie de “pleito casado”. Todo lo contrario a la cultura de
cohabitación y de unidad dentro de sus diferencias que ha practicado,
con buenos resultados, el PLD. Y mucho más ahora, cuando ya no solo con
la oposición, sino hacia adentro, el gobierno del presidente Medina y
sus estrategas deberán emplearse a fondo para ayudar a que la
gobernabilidad “fluya”, y la gestión discurra tranquila y con éxito,
como la actual. Si para la escogencia de los nuevos cabezas del
Congreso, el Comité Político del PLD recurre al pacto político que evitó
la división cuando se definió lo de la candidatura presidencial, que el
secretario general Reinaldo Pared ha reivindicado y dice que tiene
fuerza estatutaria, entonces las cosas serían de fácil manejo. Ante la
diversidad de diputados aspirantes, parece que las mayores posibilidades
se centran en Demóstenes Martínez, de Santiago, y Lucía Medina, de San
Juan. Al primero, le favorece -además del tema del pacto- la cuestión
regional y la experiencia en la Comisión de Justicia. La segunda, con
méritos propios, le ayuda la experiencia y la práctica de diez años como
vicepresidente del órgano legislativo, pero (sin que sea un
impedimento) le desayuda el hecho de ser hermana del Presidente de la
República, no solo porque desde la titularidad de la Cámara caería en el
orden sucesoral de la nación, sino hasta por evitar “el qué dirán”. Por
eso -y más-, el manejo de esa ficha, por prudencia o conveniencia,
estará en las manos exclusivas de Medina.
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