España es una monarquía parlamentaria. Esto quiere decir que nuestro jefe del Estado es un tipo procedente de un determinado linaje, varón a ser posible, cuyo cargo es vitalicio, y cuya función es meramente representativa, puesto que está controlada por el poder ejecutivo y legislativo.
Somos capaces de apoyar que a nuestro rey se le adecente su yate mientras rebuscamos en la basura por un mendrugo de pan
Es, además, una monarquía que procede de la imposición de Francisco Franco, caudillo de España "por la gracia de Dios", que lo dejó dispuesto todo antes de morir para que el por entonces príncipe Juan Carlos de Borbón le sucediera. Este modelo de Estado fue luego refrendado en la constitución de 1978 en un 'pack' de todo o nada.
Entonces, ¿por qué mantenemos aún a este señor y a su extensísima familia ahí viviendo de la sopa boba? Por tradición, indudablemente. En España si hay algo que respetamos son las tradiciones, por muy absurdas y retrógradas que puedan ser; amamos esas pequeñas estupideces que cualquier país avanzado desecharía por anacrónicas, y la monarquía es la mayor de ellas.
Porque a los españoles nos cae bien cualquiera que tenga algún título nobiliario que sea "cercano" al pueblo, aunque sea desde su carroza con corceles. Tenemos alma de vasallo y nos palpita el corazón con fuerza cuando leemos en alguna revista amarillista que esos grandes personajes de la alta sociedad viven sus aventuras y desventuras como cualquier hijo de vecino.
Ansiamos noticias de los más nimios sucesos siempre y cuando sean de esa nobleza que brilla con luz propia, y se nos cae la baba si nuestro rey tiene a bien visitar nuestra ciudad; allá por donde pasa se le agasaja con regalos y parabienes. Nos encanta la farándula, sabemos apreciar la distinción y clase que da un gran séquito, y somos capaces de apoyar que a nuestro rey se le adecente su yate mientras rebuscamos en la basura por un mendrugo de pan, pero supongo que el encanto de la monarquía hace distinguidos los harapos de sus súbditos.
Somos un país de pandereta; a un monárquico se le puede explicar una y mil veces que en una república ese señor que tan campechano e importante le parece puede presentarse a las elecciones a presidente y ganarlas, que la diferencia es que será elegido por el pueblo si este así lo quiere, que él dirá que no, que quiere un rey, ¿por qué? Porque en el fondo somos un país inculto y acostumbrado al sometimiento.
Tenemos alma de vasallo y nos palpita el corazón con fuerza cuando leemos en alguna revista amarillista que esos grandes personajes de la alta sociedad viven sus aventuras y desventuras como cualquier hijo de vecino
Somos vulgo, urbanitas iletrados en busca de seres superiores que nos lideren a nosotros, su rebaño. La constitución actual, ideada, con buen criterio en su mayoría, para una transición a la democracia, quedó obsoleta hace años, y nos mantiene en una forma de Estado ridícula por un extraño empecinamiento de la mayoría, y sí, digo bien, la mayoría de los españoles (un 80% aprueba el modo en que Felipe VI realiza sus funciones, sean estas cuales sean) que no atiende a razones y quieren ser vasallos de un rey.
El gasto que produce el mantener la monarquía se desconoce puesto que sale de partidas de varios ministerios, aparte de los 7,7 millones de euros que se dedican de los presupuestos generales del Estado y que Felipe VI reparte según su criterio personal entre los miembros de la familia real. Además nuestro rey mantiene la inviolabilidad en su persona que implica una total exoneración de responsabilidad en todos los ámbitos: penal, judicial, fiscal…
Tengo la terrible sensación de que cualquier día se restituirá el derecho de pernada, y los españolitos aplaudiremos con las orejas, henchidos de orgullo por tan distinguida atención.
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