El desgaste moral por el que
atraviesa la sociedad dominicana, está llegando a tocar el concepto de
soberanía de una manera inadmisible y repudiable. Leyendo un poco de la fi
losofía duartiana, nuestra preocupación se acrecienta cuando miramos una
descendencia que sin llevar rasgos genéticos sanguíneos, no dejan de ser nuestros
hermanos en nuestra gran familia que es la Patria.
Hoy más que
nunca tenemos que leer a Duarte, de sus inquietudes y del profundo amor a sus
conciudadanos.
Su
sensibilidad traspasó lo mercurial, y como bien expresó el otrora ducho
político, se convirtió en un “cristo de la libertad”. Dentro del malestar que
provoca el desorden de nuestra frontera, pienso que es justo hacerse eco de sus
esmerados esfuerzos. Su concepto de soberanía pocos políticos del patio lo han
estudiado, solo piensan en la macroeconomía y el empréstito como discurso de
estabilidad ciudadana.
En cambio,
el concepto duartiano de soberanía se expresa en los linderos de la sublimidad de
un hombre nacido para ser líder. Decía: “Toda ley supone una autoridad de donde
emana, y la causa efi ciente y radical de ésta es, por derecho inherente,
esencial al pueblo e imprescriptible de su soberanía”.
Fue la carta
que el Fundador de la República dirigió al gobierno provisorio de Santiago en
1864, luego de ganada la gesta de la Restauración de la República.
Desde la
frente de Duarte brotaba como corriente fresca de aires dominicanos la palabra “Soberanía”.
El bien general lo expresaba en su proyecto de nación: “Puesto que el gobierno se
establece para bien general de la asociación, el de la nación dominicana es y deberá
ser siempre popular en cuanto a su origen, electivo en cuanto al modo de
organizarse, representativo en su esencia y responsable en cuanto a sus actos”.
Precisamente
esa responsabilidad es la que hoy debemos asumir al margen de los intereses
personales que no pueden estar por encima del bienestar nacional.
Por Ricky Noboa ;-
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