Por Oscar Medina.
Como de costumbre, los haitianos incumplieron
el acuerdo con República Dominicana para privilegiar el diálogo sobre el
diferendo provocado por la sentencia TC/168. Bastaron cinco días para
que su canciller Pierre-Richard Casimir dejara sin efecto el convenio
firmado con el ministro Gustavo Montalvo.
Y tal como fue
cabildeado por Haití, el Caricom nos “sancionó”. O al menos, eso piensan
ellos al suspender el ingreso de nuestro país a esa comunidad de
estados caribeños. Una suspensión que no significa gran cosa.
República
Dominicana ha intentado durante años ingresar al Caricom, y a lo más
que ha llegado es a ostentar la condición de “observador”. Nunca ha
querido aceptarnos porque el Caribe anglófono y francófono nos ve con
ojeriza y nos teme. Entre otras razones porque somos ---con
diferencia--- la economía más grande de la región.
En el
transcurso de los últimos 50 años la República Dominicana es de los
países de mayor crecimiento económico en el mundo, y desde 1998-- los
últimos 15 años--, hemos alcanzado acuerdos de libre comercio con
Estados Unidos, Centroamérica y Europa. Es evidente entonces que lo que
hagan esas islitas no nos afecta ni política, ni económica ni
comercialmente. Y como ellos nunca han sido nuestros amigos, esa
relación tampoco nos ha servido para nada.
Aunque son muchos y
hacen ruido, en la comunidad internacional se les hace poco caso, y no
tienen peso político para causarle ningún daño alguno a República
Dominicana. De ahí que lo realmente importante de esa reunión en
Trinidad y Tobago es que las autoridades dominicanas por fin entendieron
que con los haitianos no se puede negociar absolutamente nada en lo
relativo a la implementación de la sentencia del Constitucional, por
tratarse de un tema de soberanía.
Pero además, la actitud ladina
con que se manejan los haitianos debería obligar al gobierno no sólo a
la ruptura del diálogo y a llamar a su embajador a consulta, como ya
hizo, sino también a otras medidas que hagan valer su dignidad como
Estado soberano.
Porque así como al amigo se ayuda y se es
solidario, al enemigo se le hace sentir el peso de su hostilidad. Por
tanto, deberían suspenderse los programas de ayuda a los haitianos,
reforzar la frontera e iniciar un programa de reparticiones que se
compadezca con la incontenible llegada de migrantes hacia este lado de
la isla.
Pero, sobre todo, las autoridades nacionales deben
aprender a distinguir a los lobos disfrazados de corderos. Una lección
que debemos tener aprendida a propósito de la visita de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos que inicia hoy.
Hay que
recordar que la Comisión fijó una posición contraria a la sentencia del
Constitucional en un comunicado fechado el 8 de octubre. Es decir, a dos
semanas de emitida la sentencia ya la habían descalificado,
probablemente sin haber leído su contenido.
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Oscar Medina |
Aún así el gobierno
los invitó a instancias del secretario general de la OEA, el chileno
José Miguel Insulza. Y aunque el escenario que encontrarán dista mucho
de las consideraciones que hicieron originalmente, no puede confiarse en
la imparcialidad de esa gente.
Se ha preparado un Plan de
Regularización con niveles de flexibilidad sin precedentes en el mundo,
al punto que parece más una amnistía que un programa de regularización
de extranjeros. Y una ley especial de naturalización a la que podrán
acogerse todos los extranjeros nacidos en territorio dominicano e
inscritos en el Registro Civil desde el año 1929 hasta abril del 2007, y
que ampara a aquellos calificados como “desnacionalizados” por los
opuestos a la sentencia.
Eso derriba los argumentos de quienes
plantean que la sentencia viola los derechos humanos y crea miles de
apátridas, lo que hace imprudente la visita de la CIDH al país en esta
especie de intervención propia de un “ministerio de colonias”
Esa
Comisión, además de estar sesgada, no tiene jurisdicción en el país pues
según documentos de la OEA, la República Dominicana no ha aceptado su
competencia, como muy bien lo reseña con datos precisos La Tecla de ayer
domingo en este Listín Diario. Pero si evaluaran con justeza la
situación devenida de la TC168, deberían felicitar al país por la forma
como está manejando el proceso.
Pero esa gente llega con su agenda
a defender sus propios intereses. A ellos no les importan los derechos
de los haitianos inscritos en el registro civil o de los que viven y
trabajan en el país sin la debida documentación. Lo que quieren es
convertir en dominicanos a las malas a decenas de miles de haitianos
para alcanzar su ansiada “minoría étnica”.
Por eso puede
adelantarse que ninguna de las explicaciones que reciban les será
satisfactoria, y que al concluir la visita sus opiniones llegarán
cargadas con el mismo prejuicio que han tenido siempre. Y muy
probablemente hasta soliciten “medidas cautelares” como ya han avanzado
algunos de sus voceros.
Por eso las autoridades nacionales deben
evitar discursos complacientes con estos señores. Brindarles todas las
explicaciones que soliciten, pero también hacerles sentir la firmeza de
un Estado dispuesto a hacer valer su derecho a la autodeterminación.
Y
eso incluye a Milton Ray Guevara y al Tribunal Constitucional, que
tienen en su poder un recurso de inconstitucionalidad sobre la adhesión
del país a la Corte. Y que de fallarlo como deberían ---preferiblemente
lo antes posible---, dejaría en peor lugar a este ya de por sí moribundo
Sistema Interamericano de Justicia.
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